Los desórdenes del presente y algunas de sus causas

 

H. C. F.  Mansilla

        Los desórdenes del presente y algunas de sus causas

 

 


   Este artículo quiere llamar la atención sobre motivos que van más allá de la coyuntura de corto aliento y que probablemente han sido aspectos importantes en los sucesos acaecidos en el periodo 2029-2020. Se trata de problemas de variado origen que son actualizados dramáticamente por los hechos políticos del instante. En los últimos tiempos las demandas de los ciudadanos, especialmente de los más pobres, han ganado en urgencia y necesidad: todos quieren un lugar aceptable de trabajo, mejores índices de alimentación, salud y vivienda, ingresos más elevados y una educación moderna para los hijos. Sin duda alguna existe una justificación ética de estos anhelos, que son legítimos, pero no hay base material para satisfacerlos en el corto plazo. En Bolivia los agrícolas son frágiles, hay escasez de tierra y agua, una producción industrial muy modesta, una educación mediocre (pese a reiteradas y caras reformas en este campo), hábitos laborales premodernos, pocas habilidades innovativas y otros motivos similares. Todo ellos conspiran contra esos nobles fines. El resultado es un sentimiento difuso pero permanente de frustración, que, en ciertos momentos, se descarga en agresiones violentas y anómicas. Esto ocurrió en el Perú después del autogolpe del presidente Pedro Castillo (diciembre de 2022 – enero de 2023).

 

   Simultáneamente se da un vigoroso renacimiento de los movimientos étnico-culturales. Y esto significa resucitar los agravios históricos de las comunidades indígenas contra los grupos aun dominantes de blancos y mestizos. ¿Pero son estos realmente dominantes? No existe duda alguna acerca del derecho histórico que acompaña a numerosas reivindicaciones de las etnias originarias. Pero aun así estas demandas no están por encima del análisis científico y exentas de toda crítica intelectual. Así como hace cuarenta años era un tabú insuperable atribuir cualquier rasgo negativo al movimiento obrero y a los partidos marxistas, hoy es mal visto y nada aconsejable el percibir algo criticable en las etnias indígenas y en sus valores de orientación. Pero es el deber de la ciencia social llamar por ejemplo la atención en torno a los aspectos poco promisorios contenidos en las pautas recurrentes de comportamiento.

 

   Algunos sectores indígenas se aferran a una cultura política claramente autoritaria y colectivista. También los dirigentes del ámbito campesino se guían por los mismos valores y usan las mismas artimañas que los políticos en otras áreas sociales: se aprovechan de los prejuicios y sentimientos de los indígenas, los manipulan a discreción y los explotan sin consideraciones. Es una sociedad donde casi todos se bloquean y se engañan mutuamente y se hacen la vida difícil, sin importarles los derechos de terceros. Esta es también la realidad cotidiana de las clases populares. Y contra estos fenómenos repetitivos de la vida cotidiana no ha protestado ningún movimiento indigenista, ningún partido de izquierda, ningún intelectual progresista.

 

   Sobre el Perú Mario Vargas Llosa afirmó que bajo una "frágil y delgada fachada de modernidad y civilización, impera todavía la ley del más fuerte y los instintos prevalecen sobre las razones". Esta es también la realidad boliviana en los ámbitos rural e indígena. No sólo se puede percibir la brutalidad que ejercen los poderosos contra los débiles, sino aquella que practican los dirigentes de los llamados movimientos sociales con respecto a los ingenuos miembros de los mismos. Como aseveró Vargas Llosa esta interpretación es sumamente incómoda para todos aquellos que prefieren una visión edulcorada e idílica de la realidad.

 

   Como desencadenante de la crisis casi permanente en que vive Bolivia hay que anotar también la desilusión de la sociedad boliviana con el modelo democrático-liberal válido desde 1985 hasta enero de 2006. Este sistema no produjo en el terreno socio-económico los frutos positivos que se esperaban de él.

 

   En el presente hay que agregar a todo lo expuesto el desempeño de la clase política, signado en el campo ético por la corrupción y en el técnico por la ineficiencia. La labor del parlamento, la actuación de los partidos, la actitud cotidiana de los políticos y el manejo de los asuntos públicos han sido tan desastrosos y destructivos, que lo sorprendente es que el rechazo masivo no haya tenido lugar mucho antes. El gobierno del MAS ha contribuido con un fenómeno habitual en el neoliberalismo: un pragmatismo ubicuo, oportunista y cínico.

 

   Tenemos entonces un panorama que es preciso enfrentar de forma abierta y crítica, sin hacernos ilusiones sobre las bondades innatas de la población boliviana, que se caracteriza en parte por plegarse a mitos colectivos irracionales. No es casualidad que la productividad laboral de este país sea una de las más bajas del mundo, justamente en el sector agrícola, y que al mismo tiempo esta sociedad (en todos sus estratos sociales y sectores étnicos) tenga una predilección tan marcada por la fiesta y la farra, por la ley del mínimo esfuerzo y por perjudicar al vecino. A esto se añade un claro rechazo a honrar las deudas, a reconocer los errores y a respetar al prójimo. La creación de la riqueza social está entorpecida por factores histórico-culturales y no por la influencia de factores externos como el "imperialismo". La sociedad boliviana, estamental y racista, nos muestra que la modernidad constituye una delgada capa de barniz sobre un mundo tradicional y conservador. Y con ello se alimenta la frustración colectiva y la posibilidad de nuevos conflictos con un fin muy incierto.

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