El árbol de Navidad de los Urus- Pedro Portugal

 

El árbol de Navidad de los Urus

Pedro Portugal Mollinedo


Hace poco en las redes sociales una imagen provocó reacciones encontradas. La foto de una mujer uru que acomodaba un árbol de Navidad construido en base de cañas de totora. Se emitieron elogios y plácemes; pero también críticas y reproches. Esta última categoría llamó mi atención, pues la reprobación lindaba la imputación de escándalo. Para esas personas, ningún indio es cristiano y que alguno de ellos adopte formas religiosas “ajenas”, así sea con productos locales, solo podía indicar violencia cultural, avasallamiento y pérdida de la cultura.

Es inefable que donde indios y no indios coexisten y en el que para observar al “otro” no hay que ir más lejos que a la acera de la calle vecina, una parte de la población posea clichés sobre la diferencia. Estereotipos entendibles en situaciones en los que entre el aborigen y el ciudadano mediaba las distancias de la colonia a la metropoli, y no en un país en donde, además, acabamos de transitar una supuesta “descolonización” interna.

El caso es que en Bolivia una gran parte de la población citadina tiene una imagen caricaturesca y risueña de lo que es el indígena: exótico, raro, diferente y forzosamente desemejante al q’ara de las ciudades. Es una actitud típicamente colonial, pues sobre ese supuesto se asentaron siempre la tarea de “civilizar” e “igualar” al diferente. Empresa de dominación que –colmo del sarcasmo– continúa ahora bajo el infundado apostolado por defender la identidad del indígena: la otra cara de la moneda para impedir el empoderamiento del colonizado.

Lo cierto es que la identidad se entiende y desenvuelve solamente en relaciones de interacción y de correspondencia. Relación que forzosamente conduce al cambio de referencias y modelos, sin que ello signifique inevitable traición a la cultura, sino el cumplimiento de su vocación intima: el existir en todo momento y situación histórica. Ningún pueblo puede lograr esto si no es libre. Esa libertad es coartada, impedida, por la colonización. Alguna vez indicábamos que históricamente la descolonización donde se dio jamás culminó con lo que ahora se llama “recuperación cultural”, como se denomina ahora a ese verdadero programa de aniquilación política del colonizado y que se pretendió líricamente hacerlo en Bolivia: Los egipcios no regresaron a construir pirámides, los chinos abstraerse en la ceremonia del té y los iraníes especular sobre Zoroastro. Por el contrario, en todos esos casos la cultura propia se explayó usando a su guisa el saber y el conocimiento ajeno y contemporáneo.

Por ello, una supuesta descolonización que busque estancar en lo exótico y tradicional a un pueblo, tal como lo romantiza el colonizador, es simplemente una manera más de prolongar la sumisión y la enajenación política.

Así disguste a muchos, entre los indígenas se acrecentó el proceso de aculturación. El prefijo “a”, seguido de culturación es entendida por algunos como privación de cultura, destrucción de una cultura mediante el contacto con otra, lo que más bien es señalado con el término deculturación. En realidad, aculturación es la modificación mutua de culturas al entrar en contacto una con otra. Puede adquirir consecuencias desastrosas para la inferiorizada, pero también ser fuente de poder y enriquecimiento civilizacional.

En el caso del mundo indígena –en particular de las ramas andinas– la aculturación parece ser mecanismo de empoderamiento. Los cholets de El Alto, expresión material del éxito económico de aymaras, no reproduce en sus fachadas frisos tiwanacotas ni mensajes herméticos del “buen vivir”, ¡sino personajes de ciencia ficción occidentales! Y, ¿qu,é en el aspecto religiosos? El cristianismo hace tiempo fue interiorizado por los indios. Hans van den Berg, quien escribió bastante al respecto, en una de sus obras relata “que una mujer aymara dijo, en medio de una seria discusión sobre los resultados de tantos siglos de evangelización del pueblo aymara: Es algo inútil preguntar si el aymara es actualmente cristiano, porque esta pregunta quiere decir 'es cristiano como nosotros los extranjeros'; más bien el aymara mismo tendrá que desarrollar sus propios criterios para juzgar su fidelidad al mensaje de Cristo”. La interacción, así sea conflictiva y compulsiva de visiones indígenas y católicas, es de larga data en el mundo andino. Es más reciente la incursión evangélica, y quizás la que tenga repercusiones políticas a mediano término.

En esa perspectiva, es incluso posible especular un rol político sedicioso que el cristianismo puede jugar en el mundo indígena. Algo parecido al sunismo y chiismo en el mundo musulmán de pueblo que previamente no eran islámicos. No olvidemos que el santo de los yatiris es Santiago Apostol. Queda dilucidar si podría tratarse solamente de un simple rescate de valores culturales y religiosos por parte de alguna iglesia determinada, es decir, de una forma de deculturar, o si puede tratarse de una aculturación beneficiosa para el pueblo indigena.

Curiosamente, los más obsesionados en mantener “la pureza cultural indígena” son algunos no indígenas que apuestan por la irreductibilidad de las formas culturales. ¿Y si lo característico de las culturas no fuesen las diferencias sino los vinculos comunes de una con otra? Santo Tomas de Aquino escribía sobre el desiderium naturale visionis, es decir, que el deseo natural de ver a Dios está inscrito en la misma naturaleza del hombre. Ello no solamente entraña cierta convertibilidad de las formas religiosas, sino que una determinada expresión de estas no significa, culturalmente hablando, la única, verdadera y “más funcional” expresión de cualquiera de ellas.  De esa manera, la forma occidental de acercarse al cristianismo podría no ser la única, sino incluso la menos eficiente dado los resultados sociales, políticos y medio ambientales que esa forma generó a lo largo de la historia del Occidente cristiano. En ese caso, se percibirían diferentemente diversas reflexiones que fueron, en su momento, tildadas de locura, como las de Fray Jesús Viscarra Fabre en su obra publicada en 1901, “WT Copacabana de los Incas. Documentos Auto-lingüísticos e isografiados del Aymáru-Aymára. Protógonos de los Pre-americanos”.


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